martes, 4 de diciembre de 2007

Atardecer desnudo

Atardecer desnudo

Ambos se habían querido olvidar de la brisa cálida que el crepúsculo les entregaba. Provenía del sur y surgía por entre ese remedo de jardín de Versalles que se encontraba en el trasfondo del teatro; ese era el escenario para que la belleza inquietante de los arreboles del verano hiciera que la escena ostentara como telón de fondo una imagen metafísica.
No pude entender por entonces por qué todo me parecía estorboso en las tablas: ese telón rojo descolgado arriba de Josephine, su misma figura recostada, atenta de su perro y olvidada de su rubia desnudez. Todo: desde esa costumbre del iluminador de poner mucha luz a esa inmaculada piel y el consabido acolchado sobre el que ella reposaba que parecía un mar de chocolate sobre el cual flotaba. Todo: hasta ese mísero organista que siempre se sentaba a los pies de la histriónica inocencia de la protagonista con la tentación permanente de torcer el cuello y alinear sus ojos, sin otro fin que auscultar su pubis, discretamente escondido por ese vientre matriarcal. Todo: parecía una componenda para que el ocaso fuera olvidado.
Ahora, se me ha impuesto la idea de que si esos atardeceres no hubieran escoltado la compañía de teatro jamás hubiéramos logrado el éxito que conseguimos. Y sin embargo, me imagino a ese par pensando que la desnudez y el órgano fueron el embelezo del público.

Clara M. Granados
Bogotá, Diciembre 4 de 2007.

1 comentario:

Consorcio La Lupe dijo...

Me encanto! Pase de una mirada totalmente externa a sentirme adentro de la escena. Un fabuloso manejo de la perspectiva, titalmente inductiva.