domingo, 9 de diciembre de 2007

A la espera del santo oficio


Bien, este fue producto de uno de los talleres. Además estoy absolutamente de acuerdo con Andrea, el sabado fue un dia maravilloso, no sólo por los ejercicios si no con la posiblidad de saber mucho más de todas ustedes.Habitualmente en la rutina desconocemos por completo la vida que bulle a nuestro alrededor, como si estuviesemos disgregados del universo. Dias como el sabado son por decirlo de alguna manera, restauradores del equilibrio, una forma de invitarnos a hacer parte de la vida. Nada por el momento, las dejo más bien con este cuento.
A la espera del Santo Oficio
A. Juliana Enciso M.
No soporto estas botas. ¡Dios! Después de diez días con sus respectivas noches sin menguar el agua, los días no han sido lo mejor en medio de estos lodazales y el olor a carroña, los caballos han enfermado, sin contar el respectivo número de indios y de esclavos que han sucumbido a la epidemia y para colmo de males está noticia. ¡Dios! Ahora todos creen que Victorio está loco y tiene pactos con el Maligno, ya no hay remedio, es oficial, hasta mi padre a quien siempre tuve en alta estima por su lucidez e incorruptibilidad frente a los chismes del pueblo, lo descubro como un hombre mediano sujeto a las supercherías y las necesidades de chivo expiatorio propias del Santo Oficio ahora que ya nadie cree, o al menos los hombre más cercanos a la fe profunda en la Fortuna procuramos olvidar, aunque no estamos ajenos para nuestra desgracia de su vigilancia.
Primero fue la señorita Amelia a quien un buen día por sus discusiones acerca de la mortalidad del alma con los varones de Mompox, acusaron de tratos con el Maligno. Recuerdo los libros en empaste de Córdoba caer como animales desmembrados desde la ventana más alta de su quinta, el estallido del cristal murano contra las lozas frías de la madrugada, su rostro de “dolorosa” atada al cepo dominico, mientras esperaba el cruel dictamen de la peonza para verificar si su peso era el indicado a la hora de levantar vuelo en las noches de luna llena. Nadie ha podido salvarse del inexorable nudo de la angustia. Tanto blancos como mestizos esperamos con alfileres en la boca nuestra hora.
…Y ahora el pobre liberto, con sus ojos clavados en las estaciones de la noche. Dicen que las calles alrededor de su miserable choza han sido acordonadas supuestamente para apaciguar el castigo divino provocado por sus palabras. La semana pasada, en medio del olor de la patilla abierta en el portal, escuche decir que “la manera de saber dónde encontrar a Victorio era ubicar la casa donde las gallinas de alguien habían amanecido muertas o la desgracia había aparecido disfrazada de gato negro”. Aunque nadie siente lástima por los negros, recuerdo todavía en mi infancia cuando servía a nuestra casa su incomparable bondad, su facilidad para contar historias y ante todo, ese gran don de interpretar las señales del cielo, conocer una a una las propiedades de las plantas de éste lugar o cualquier signo de la naturaleza para saber qué hacer ante los designios de la providencia, razón por la cual gentes de toda la provincia venían a visitarnos por la cura y consejos de Victorio. Ahora la razón de su dicha, de su conexión con el mundo y en cierta forma con nosotros los blancos, es la razón de su desgracia…¡¡Que Dios se apiade de su alma!!!
¡Maldita gorguera!, el sudor, la picadura de los mosquitos en las piernas. Cada minuto que pasa es un minuto menos para todos, ahora que el veredicto de la inquisición está cerca, la suerte de Victorio parece estar echada. Sus ojos brillantes auguran la calamidad y nadie puede entender que el verdadero maleficio no está en los ojos de perro ausente de éste hombre. Ha comenzado a llover otra vez y nadie sabe qué hacer ante la inclemencia del barro y los insectos incubados en la inmundicia. Las viejas rezanderas dicen que esto es culpa de nuestro intercambio impío con los cimarrones y nuestros oídos a sus ruegos y negocios con sus demonios. No falta mucho para ver cruzar las sotanas negras con la señal del miedo, lo sé, por los ademanes rápidos de mi padre, por ese ensayo repugnante que tengo ante mis ojos de sus gestos más egregios para la comisión. A paso de mula desde Cartagena de Indias, no faltan más dos soles para su llegada.
Nadie se da cuenta que mientras invadido por la tristeza Victorio sigue viendo las migraciones de las Maria mulatas, estamos cada vez más cerca de la anulación de nuestra única salvación a la hora del veredicto. Nadie sabe mejor que él los secretos de ésta ciénaga o como sobrevivir con las señales de ésta tierra aún ajena para todos los que sin decidir o simplemente huyendo estamos aquí. Sólo él sabe los remedios y las potencias con las no podemos lidiar, la manera de detener la peste, la lluvia que arrecia y el olor de los cuerpos de los que alguna vez fueron nuestros sumergidos en el fango ¿Acaso es tanto temor al Belcebú que finalmente somos nosotros para no detener la muerte del liberto Victorio que bien conoce las maneras de mantenerse en estas tierras olvidadas hace ya tiempo por Dios y su piedad?. El mensajero del Santo Oficio ha cruzado la plaza hasta mostrar las insignias a todos los honorables de éste moridero. Falta poco y cada uno de los dignatarios de éste pueblo se hinca ante la desgracia que está a punto de caer sobre nosotros. Siento lástima por Victorio, siendo dolor por éste pueblo de moribundos. Que nuestra progenie maldita –si alguien sobrevive con el pasar de las semanas a la Parca- se apiade del pecado de matar al único que podría saber la cura, la respuesta a nuestro mal de seguir siendo extranjeros en esta tierra ignota de demonios.

3 comentarios:

Lucrecia dijo...

Yo opino…
Este cuento hizo que me transportara a esa época de vestidos largos, y esclavos con pantalones cortos y los pies mojados por la lluvia… me gustaron mucho las descripciones.

Laura Sofía Martínez dijo...

De acuerdo con Diana, el cuento logró transportarme de una manera directa a la época y al mismo tiempo, gracias al tema del Santo Oficio y a la alusión de los famosos pactos con el diablo, recordé la novela de Germán Espinosa: Los cortejos del diablo.

Catalina Vargas Tovar dijo...

me gusta la complejidad del lenguaje del narrador y el contraste que propone con las imagenes y olores tropicales. logra ironias interesantes: un mesias al borde de la muerte. en todo caso, me parece que logras una narrativa sugestiva.