miércoles, 5 de diciembre de 2007

Voy a matarla

La voy a matar. Voy a matar a esa maldita mujer. No entiendo por qué nunca me quiso. Soy rico, toco el órgano con destreza y porto una fina espada en mi cintura. No estoy viejo, ni mucho menos. Yo diría que hasta soy apuesto. Pero ella, ella simplemente nunca me quiso. Y ¿por qué demonios me dejé seducir por ese cuerpo obeso y poco agraciado? La verdad es que no es obeso y de hecho sí es muy agraciado... La maldigo. La maldigo por hechizarme, por robarme dinero, por arrebatar mis tardes, por no amarme. Le gusta jugar conmigo, sabe que mi devoción la llenará de privilegios.
De repente me llega a la memoria lo que ocurre irremediablemente todos los días, el recuerdo aumenta mi furia y la escena se plasma en mi cabeza como si fuese una pintura de Tiziano:
Yo deslizo mis manos por el órgano, pero en realidad no toco. Lo único que me interesa es su sexo. Lo miro fijamente con lascivia. Ella, desnuda, exhibe sin pudor su figura redonda, poco estilizada, sus muslos gruesos y flácidos y su sexo depilado (cuánto daría porque esos muslos se me ofrecieran como un manjar a mi antojo, ¿qué más quiero sino mis labios allí en su íntima cueva?). Se encuentra recostada, casi sentada, de medio lado sobre el edredón color crema (aquél obsequio que me costó tantas monedas de oro) y una manta púrpura. Ella observa al horrible animal que parece un perro, flaco y café, y lo acaricia (ese asqueroso perro, lo quería más que a mí, lo sé, lo miraba siempre a él, perro del demonio, también quisiera matarlo). Mi diosa, mi musa, mi verdugo parece no tener noticia de que hay unos ojos clavados en su pubis (los ojos que debí sacarme antes de sucumbir en su figura y que ahora presencian esa indiferencia sepulcral que me desvanece). Por una ventana, al fondo del cuarto, se ve ya que la tarde acaba. Se ven las dos filas de árboles que parecen dibujar un sendero a lo lejos y que todos los días me la recuerdan.
¿Por qué llegaba cada tarde con el monstruo pequeño y café, sacaba vino de la despensa y se desnudaba para oírme tocar? ¿Acaso no es evidente que mi deseo me henchía de tal manera el corazón que terminaría acabándome? ¿Cuál era su propósito? ¡Bruja del océano y ángel del cielo! Ahora que le pido se case conmigo, ahora que pensaba que podría tocar cada parte de su cuerpo y saborear lo que sólo mis ojos gozan, se ha indignado. Me ha dicho que se va a casar con un conde y que pronto dejaremos de vernos.
Así que la mataré. Llegará mañana en la tarde y yo sacaré las copas de vino. Mientras se desnuda, lentamente como la muy cruel suele hacerlo, pondré las gotas de veneno en su copa. También habrá veneno en mi copa, para que piensen que quizás me he matado con ella, pero beberé tan poco, que únicamente se me dormirá la lengua y me temblaran las extremidades. Ella tomará la pócima y se acabará nuestra historia. Yo y no ella acabará esta historia. Aún estoy dudando de si también le doy veneno al perro. Perro inmundo, igual es tan feo que merece morir.
Mañana, con la lengua dormida y las piernas trémulas, saldré corriendo de mi casa, a través del sendero que dibujan las filas de árboles, hasta llegar al bosque. Me ocultaré allí un par de días hasta que cesen de buscarme. Luego, con otra apariencia y con otro nombre, me marcharé a Francia.

1 comentario:

Consorcio La Lupe dijo...

Me gustó, el texto me capturó, tal vez sea ese "voy a matarla"...
Considero que está de más la reflexión sobre el cuadro de Tiziano, podemos caer en el pecado de la obviedad???
Una sugerencia: mucha atención con la puntuación.
Saludo
Vanessa